Un dossier de FOESSA advierte que el descenso en la calidad del empleo
está rompiendo con el binomio trabajo/bienestar. La pobreza severa en
los núcleos familiares donde quien trabaja es una mujer es un 70% más
alta
Trabajador en un poste de luz
Trabajar y percibir un salario ha dejado de ser sinónimo de
bienestar. Principalmente, por la baja calidad del empleo que se ha
estado generando desde el inicio de la recuperación económica,
caracterizado por fenómenos cada vez más extendidos como la parcialidad y
la temporalidad. Estas son algunas de las abrumadoras conclusiones del
dossier La vulneración del Derecho al Trabajo Decente: Empleo y Exclusión Social, publicado recientemente por la fundación de estudios FOESSA.
Según el documento, cerca de la mitad de las familias que tienen al
menos uno de sus miembros trabajando ya no tienen asegurada su plena
integración social. Son personas que caminan por la frontera de la
exclusión y que experimentan el deterioro de la cada vez más difusa
relación entre trabajo y bienestar. De esta forma, asegura la fundación,
la calidad del empleo se antoja más que insuficiente para cubrir las
necesidades de los hogares.
Entre ellas, bienes básicos como la vestimenta, la alimentación o los
suministros de la vivienda. Más de un 36% de los hogares que tienen a
alguno de sus sustentadores trabajando se han visto obligados a recortar
gastos en alguno de estos recursos, mientras que el 17% de los mismos
se han visto obligados a recurrir a ayudas económicas externas del
sector público o la propia familia.
La difícil situación de muchos de estos hogares
viene marcada además por un importante componente de género. La tasa de
exclusión severa en los núcleos familiares donde la persona que trabaja
es una mujer es un 70% más alta que aquellos donde la persona de
referencia es un hombre. En el caso de los ratios de pobreza severa, el
porcentaje de hogares encabezados por mujeres que trabajan (4,5%) dobla
al de los hombres (2,1%).
Si bien es cierto que un empleo sigue siendo la herramienta más
segura para escapar de la desprotección social, igual de inequívoco es
que el fenómeno de la pobreza laboral está ya completamente insaturado
en España: el 12,3% de la población ocupada del país está en una
situación de pobreza y exclusión, y el 2,1% de los trabajadores sufren
este fenómeno de forma severa.
Para explicar este panorama, el dossier de FOESSA hace hincapié en
dos de los principales fenómenos que se están enquistando dentro del
mercado laboral de nuestro país: la parcialidad y la temporalidad. En el
primer caso, cerca de una de cada tres personas que trabaja a jornada
reducida en España está en situación de exclusión. Además, tener este
tipo de contratos es, en la mitad de las ocasiones, una situación
obligada ante la falta de otras opciones.
Por su parte, la temporalidad también se ha terminado por configurar
como un modelo de contratación que empuja de forma notable hacia la
exclusión. El 23% de las personas con un contrato temporal sufre esta
situación, tres veces más que entre aquellas que disfrutan de un
contrato indefinido.
FOESSA no es primer organismo que ha llamado la atención sobre la
preocupante situación de la pobreza laboral en nuestro país. En octubre
de 2018, el informe sobre el estado de la pobreza en España elaborado por EAPN
señaló que dentro del grupo de población en situación de pobreza había
mayor proporción de personas trabajando –33%– que en paro –26,5%–. De
esta forma, apuntaba la plataforma, la pobreza viene aún más determinada
por las situación laborales que por el propio desempleo.
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ctxt
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