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CNT-Origen

El origen de la CNT lo encontramos en la Federación Regional de España (FRE) de la AIT, fundada en 1870. La FRE vivió el debate entre marxistas y anarquistas planteado en el seno de la AIT. Pero, mientras que en las instituciones centrales de la 1ª Internacional dominó la corriente marxista, en la FRE se consolidó la mayoría formada por sindicalistas y anarquistas. Finalmente el sector marxista madrileño sería expulsado de la FRE en 1872 y constituyeron lo que ellos llamaron «la Nueva Federación Madrileña» que, años después, daría lugar al PSOE.

Desaparecida la Internacional de los Trabajadores, las disputas internas y en especial la represión llevada a cabo por el gobierno de la Restauración, puso fin a la FRE, la primera experiencia internacionalista en España. En 1881 se fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), heredera de la anterior y que experimentó un rápido crecimiento. Pero la FTRE no tardía mucho tiempo en verse obligada a pasar a la clandestinidad y en correr la misma suerte que su predecesora. La dura represión especialmente en el campo andaluz- terminó por dividir a la Federación. Su heredera fue la Organización Anarquista de la Región Española (OARE) que actuó desde la clandestinidad y que inauguraría en España lo que sería conocido como la propaganda por el hecho. Este nuevo periodo de atentados anarquistas se prolongaría hasta finales del siglo XIX, momento en el que se iniciaría una reorganización sindical en el país.

En 1907 se formó el sindicato catalán Solidaridad Obrera, que recogía los restos del espíritu internacionalista así como los planteamientos del sindicalismo revolucionario francés recogidos en la Carta de Amiens. Ambas corrientes se hicieron una sola para terminar convirtiéndose en lo que posteriormente se conocería como anarcosindicalismo.

Finalmente, en noviembre de 1910 Solidaridad Obrera convocó un Congreso Obrero Nacional en el Teatro Bellas Artes de Barcelona. En dicho comício se aprobó trascender el ámbito regional catalán hacia un ámbito estatal español con el nombre de Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El objetivo no era otro sino «apresurar la emancipación económica de la clase trabajadora a través de la expropiación revolucionaria de la burguesía». La CNT comenzó siendo pequeña, con alrededor de 30.000 miembros a través de varios sindicatos y otras confederaciones. Su crecimiento fue rápido, aunque estuvo marcado constantemente por largos periodos de clandestinidad que debilitaron a la organización.

En 1911 con ocasión de su primer congreso se convocó una huelga general lo que provocó que el sindicato fuese ilegalizado hasta 1914. A partir de 1916 la CNT cambió de estrategia con respecto a la UGT estableciendo relaciones con este sindicato, lo que hizo que ambas organizaciones convocaran conjuntamente la huelga general de 1917. Pero la actuación de la UGT durante su desarrollo evidenció para buena parte de los libertarios que la dirección ugetista, aunque interesada en la presión social para conseguir sus objetivos, no rebasaría nunca los límites parlamentarios que encauzaban a los trabajadores por senderos aceptables para la burguesía.

El estallido de la I Guerra Mundial favoreció el desarrollo de la economía española y produjo enormes beneficios a los grandes industriales y en el sector agrario. En este periodo los patronos accedieron con relativa facilidad a las demandas obreras de mejores salarios. Esta eficacia de los sindicatos hizo afluir a estos grandes masas, que vieron en ellos un arma para arrancar mejoras a los patronos y para defenderse, a la vez, del movimiento alcista de los precios. La CNT reunía en 1915 a 15.000 afiliados y a finales de 1919 había pasado a contar con 714.000.
Para la burguesía, el anarcosindicalismo se estaba convirtiendo en una clara amenaza para el orden social que sustentaba su hegemonía social y económica. La prueba de fuego entre ambos se inició el 5 de febrero de 1919 con el conflicto de la Canadiense en Barcelona, una huelga mítica en la historia del sindicalismo libertario por su importancia, duración y dimensiones. La huelga concluiría con un balance bastante favorable para los trabajadores: jornada de ocho horas, mejoras salariales, readmisión de los despedidos y libertad para los detenidos.

Por entonces comenzó a cundir el pánico entre los patrones, lo que dio origen del pistolerismo que propició un auge de la violencia, especialmente en las calles de Barcelona. La lucha social de clases se había convertido en el gran problema para las clases dirigentes del país. Esta espiral de violencia y pistolerismo, iniciada por la patronal y a la que respondió la CNT, duraría hasta finales de 1923 con el golpe de estado de Primo de Rivera y que supondría la vuelta a la clandestinidad del sindicato.

Tras la caída del dictador en 1930, la CNT volvió a la legalidad y los sindicatos y las estructuras locales y regionales se reorganizaron con enorme pujanza por toda la geografía española. Contrariamente a las previsiones de Primo de Rivera, el anarcosindicalismo había sobrevivido a su mandato, como ya sucediera en el siglo pasado, cuando oficialmente se certificara la defunción de la Internacional Española.

El 14 de abril de 1931 fue proclamada la Segunda República en España. Al poco tiempo, Largo Caballero, ministro de Trabajo y secretario general de la UGT, implantó los jurados mixtos, que no eran sino los comités paritarios de la Dictadura (estructura análoga a los comités de empresa actuales). Las leyes laborales de Largo Caballero situaban a la CNT en clara desventaja respecto a la UGT, ya que este decreto dejaba fuera de la ley a la Confederación, sector mayoritario del proletariado español organizado, por ir contra los principios más básicos de ésta. Toda diferencia entre obreros y patronos tenía que ser previamente arbitrada y, por otra parte, aquella disposición, claramente dirigida contra el anarcosindicalismo, tendía a la supresión del derecho de huelga. Las masas obreras comprendieron prontamente que el nuevo régimen no acertaría a colmar sus razonables aspiraciones.

Desde 1931 se propagó en los sindicatos un ambiente revolucionario que la militancia moderada (con Ángel Pestaña a la cabeza) intentó frenar con la publicación en agosto de 1931 del «Manifiesto de los Treinta». Los partidos políticos recibieron el manifiesto con complacencia. Desde siempre habían tendido a embridar a la Confederación, a hacerla siempre entrar por los cauces que convenía a los intereses políticos -y si esto fracasaba, entonces se ponía en marcha la política de exterminio-. Los políticos catalanistas, sobre todo, juzgaron favorable la ocasión e influyeron para hacer estallar el cisma en ciernes.

Los Treintistas comenzaron a ser desplazados de todas sus responsabilidades orgánicas. Los sindicatos de Sabadell, con más de 20.000 afiliados y partidarios del Treintismo, fueron expulsados de la Confederación. Este hecho condujo a la escisión que originó los llamados Sindicatos de Oposición. El larvado proceso reformista de Pestaña, ya fuera de la CNT, reveló toda su trascendencia en el clímax final, con la creación a finales de 1932 del Partido Sindicalista, que, por otra parte, al aspirar a constituirse en motor e inspirador de los sindicatos obreros, confirmaría las tesis de sus opositores. El Partido Sindicalista marcó una ruptura formal con el anarquismo y su evolución hacia un sindicalismo político inspirado en el laborismo inglés.

Ya por esta época, coincidiendo con la caída de los treintistas, se crearon los cuadros de Defensa Confederales, con la idea de dotar al anarcosindicalismo de un aparato paramilitar con el que, en su día, poder batir victoriosamente a las fuerzas armadas. Los cuadros de defensa, organizados territorialmente en zonas muy delimitadas respecto a otros grupos, formados por seis miembros, con tareas muy precisas de carácter informativo, de espionaje e investigación, eran la organización armada clandestina primaria de la CNT.



La CNT, exasperada por la política monopolizadora de los socialistas en el Ministerio de Trabajo, comenzó una etapa insurreccionalista para combatir a un régimen republicano que se había propuesto neutralizar el anarcosindicalismo. Fue entonces cuando comenzó a hablarse de la llamada "gimnasia revolucionaria". Las huelgas, disturbios y asaltos que culminaban con la proclamación del comunismo libertario se sucedieron en diversos puntos del país a lo largo de los años venideros. Mención especial merecen los sucesos de Casas viejas en 1933. La matanza llevada a cabo por la guardia civil, mandatada por el gobierno republicano, resultó prodiga en consecuencias. Conocidos los hechos en el resto del país, se produjo un gran escándalo periodístico y parlamentario, que terminó por provocar la caída de Manuel Azaña como Presidente del Consejo de Ministros, así como el desprestigio del gobierno republicano por parte de las clases populares.

Así se saldaría la primera experiencia de gobierno a cargo del socialismo español, que la había perseguido con tenacidad a través de largos y tediosos años de historia parlamentaria.

La crisis del gobierno Radical-Socialista provocó la convocatoria de nuevas elecciones generales para noviembre de 1933 que dieron una amplia victoria a la derecha. El anarcosindicalismo asistía con atención a la evolución del socialismo, que había sido arrojado del poder y se entregaba a amargas lamentaciones. Desahuciados, los socialistas, pensaban ahora en la revolución. Pero la CNT no olvidaba su gestión en el gobierno.

En este contexto se produjo la revolución de octubre de 1934, que principalmente se dio en Asturias y un poco en Cataluña, donde CNT participó activamente. En el resto de España no hubo sino huelgas y violencias esporádicas. La represión estuvo a la altura de las mayores represiones de todas las épocas. Las empresas mineras despidieron en masa a los trabajadores y solamente los admitieron luego de depuración previa. Hubo numerosísimas ejecuciones y más de veinte mil personas fueron a parar a las cárceles. La amplitud del movimiento de Asturias, si bien logro el objetivo de quebrar el gobierno radical-cedista, desbordó sin duda las previsiones de los estrategas socialistas.

Finalmente, las elecciones de febrero de 1936 dieron la victoria al frente popular y Azaña fue nombrado Presidente de la República. Pronto empezaron a cundir rumores acerca de la preparación de un golpe de estado. Mientras, se incrementaban las huelgas y las ocupaciones de tierras por los campesinos, a lo que el gobierno respondió con el envío de sus fuerzas para reprimirlas. También en las grandes ciudades estallaron numerosas huelgas de mayo a junio. Especialmente importante fue la huelga en junio de la construcción en Madrid, a la que acabarían sumándose cien mil trabajadores. El impulso cobrado por la CNT en Madrid era, a la sazón, impresionante. El crecimiento de la Confederación se hacía a expensas de los sindicatos ugetistas.

17 de julio de 1936 el ejército del norte de Marruecos y diversas guarniciones peninsulares dieron un golpe de estado. El poder político, impotente, empavorecido, atomizado, lo recogió el pueblo en la misma calle.
 
El 19 de julio la sublevación llegaría a Barcelona donde en treinta y tres horas la clase trabajadora sofocaría el levantamiento fascista. La victoria fue ampliamente celebrada en la ciudad condal. Al mismo tiempo, el pueblo, que se había apoderado de las armas, se lanzó a la revolución social con el binomio CNT-FAI a la cabeza. Grupos armados se desplazaron a toda la región y Tarragona, Gerona y Lérida siguieron la suerte de Barcelona. La CNT y la FAI quedaron dueñas absolutas de la vida de Cataluña, comenzando así lo que pasaría a la historia como la revolución social española. Sin embargo, rechazada la propuesta de García Oliver y de la Comarcal del Bajo Llobregat de ir a por el todo, se creó el Comité Central de Milicias Antifascistas, compuesto por todas las fuerzas "de izquierda" de Cataluña, y que pasó a convertirse en una órgano paralelo a un gobierno de la Generalitat fantasma. De cualquier manera, aunque no se había aprobado ir a por el todo, el hecho es que la clase trabajadora catalana, impaciente, se lanzó a la colectivización de las tierras y de los medios de producción.

A las cuarenta y ocho horas del alzamiento el país se hallaba dividido en dos zonas: en general, las provincias agrarias, Galicia, Castilla, León, Aragón, Navarra y Andalucía, quedaban en poder de los nacionales; mientras Cataluña, Levante, Asturias, Pais Vasco y Madrid bajo el dominio de la República.

En Cataluña, el 24 de julio la Columna Durruti, formada por unos 2.500 milicianos, salió de Barcelona y se dirigió hacia Zaragoza, con el objetivo de liberar la ciudad del yugo fascista y así extender la revolución social. Pero el decreto de militarización de las Milicias Populares produjo un gran descontento entre los milicianos voluntarios. Tras largas y enconadas discusiones, parte de los milicianos abandonaron los frentes. En febrero de 1937 se celebró una asamblea de columnas confederales que trató la cuestión de la militarización. Las amenazas de no suministrar armas, alimentos, ni soldada, a las columnas que no aceptaran la militarización, sumada al convencimiento de que los milicianos serían integrados en otras unidades, ya militarizadas, surtieron efecto. La ideología de unidad antifascista y la colaboración de la CNT-FAI en las tareas gubernamentales, en defensa del Estado republicano, triunfaron contra la resistencia a la militarización. Nuevo error que el anarquismo español pagaría muy caro.

El 4 de noviembre de 1936, ya disuelto el comité de milicias antifascistas, la CNT entró en el gobierno republicano de Largo Caballero, siendo los titulares designados por la misma CNT: Juan García Oliver (Ministro de Justicia), Federica Montseny (Sanidad), Juan Peiró (Industria) y Juan López (Comercio). Naturalmente hubo muchas críticas que vinieron del anarquismo y anarcosindicalismo exterior, así como muchas oposiciones internas a la actitud gubernamental de la CNT, pero tampoco los opositores lograron señalar una alternativa convincente para la masa confederal. Y en realidad, también hubo una complicidad inconfesada en muchos militantes enemigos de la colaboración, quienes criticaban al mismo tiempo que dejaban hacer. Las circunstancias impuestas por una guerra implacable determinaba de modo paulatino la absorción por el estado de los órganos populares creados por el impulso revolucionario. Trataría de controlarlos primero, enmarcarlos posteriormente en la legalidad y destruirlos al fin brutalmente.

A pesar de los muchos proyectos y decretos promulgados por los cuatro ministros anarquistas, la realidad es que su labor en el gobierno se vio muy limitada por la escasa duración de su mandato, que no llegó a alcanzar un semestre. El Partido Comunista ya llevaba tiempo planeando el asalto al poder ejecutivo y en mayo de 1937 Negrín fue colocado al frente del ejecutivo, en detrimento de Largo Caballero.

A partir de entonces el avance del stalinismo fue imparable. Ya la situación conflictiva entre las tendencias que se proponían la revolución por la base (los anarquistas y la CNT), y la conquista del poder político por la cúspide (los comunistas, el PCE y el PSUC), culminó el 2 de mayo con el ataque por sorpresa en Barcelona de doscientas unidades de las Fuerzas de Asalto comandadas por las cúpulas comunistas al edificio de la Telefónica, entidad que estaba incautada por la CNT. Comenzó así un enfrentamiento en las calles de la ciudad entre la CNT-FAI y el POUM, por un lado, y el PSUC y la UGT por otro. Los Comités de la CNT trataban de demostrar la extralimitación de funciones del consejero de Seguridad Interior y mientras, la radio CNT-FAI, difundía sin cesar proclamas tendentes a imponer el "alto el fuego". Estas proclamas frenaron el impulso ofensivo de los cuadros de base, desconcertados por la actitud conciliadora de los Comités responsables. Estas vacilaciones eran aprovechadas por sus enemigos para conquistar nuevas posiciones.

Al fin se logró el apaciguamiento y la CNT creyó, o quiso creer en la virtualidad de aquella paz, pero la verdad fue que a partir de aquel momento, el equilibrio de fuerzas políticas en Cataluña se venció del lado del PSUC y la Generalitat. La contrarrevolución republicana-stalinista había triunfado y se formó un nuevo Gobierno de coalición -en un intento de mantener la ficción de la unidad-, siempre presidido por Companys. Esto afectaría al desarrollo de la contienda en todo el país y la unidad antifascista quedaría en lo sucesivo como mero tema para la propaganda y el proselitismo partidista.

A raíz de los sucesos de mayo, se decretó la destrucción de las colectividades campesinas, que fueron asaltadas militarmente. Las tierras y herramientas de los colectivistas fueron entregadas a los viejos propietarios expropiados. Más de 600 militantes de la CNT fueron detenidos, hubo entre ellos muertos y heridos, y más de un millar tuvieron que emigrar a otras regiones o buscar refugio en las trincheras amigas.

Estos hechos señalaron el fin de la revolución social y el principio de la hegemonía stalinista en el ámbito de la República, una contrarrevolución llevada a cabo por los partidos comunistas (PCE-PSUC), dirigidos por Dolores Ibárruri ("La Pasionaria") y Santiago Carrillo, a su vez teledirigidos desde Moscú. La revolución española había sido destruida y el stalinismo se hizo hegemónico en aquella república burguesa que, paradójicamente, carecía de apoyos sociales burgueses, pues la gran burguesía catalana y vasca se habían adherido a la sublevación militar e instalado en Burgos, sede del fascismo que habría de triunfar finalmente bajo el caudillaje del genocida Francisco Franco.

La experiencia colectivista que se desarrolló en Cataluña entre julio de 1936 y enero de 1939, a pesar de que no pudo alcanzar plenamente sus objetivos debido a los condicionamientos y dificultades con que tuvo que enfrentarse, constituye una de las transformaciones más radicales del siglo XX. Transformación que afectó todos los aspectos de la vida política, económica, social y cultural no solo de la región sino del país entero.

El 26 de diciembre de 1938 caía Cataluña. La retaguardia de la zona, hambrienta y desmoralizada, se resignaba a la derrota. El 10 de febrero el ejército nacional ocupaba el último tramo de los pirineos, cerrando así las fronteras. El 27 de febrero de 1939 Azaña dimitió de la presidencia de la República y el 4 de marzo Negrín y los dirigentes comunistas abandonaron España. Entonces se conocieron las condiciones fijadas por el gobierno del general Franco: rendición total. No había negociación posible. A partir de entonces en la zona republicana se vivió como en una pesadilla.

El 1 de abril de 1939 el ejército nacional dictó el último parte. La guerra civil había terminado, dando paso a la instauración de un régimen fascista con Francisco Franco auto-erigido Caudillo de España que durante los primero años pondría especial énfasis en perseguir y exterminar a los disidentes políticos. Había terminado la guerra pero la paz no había llegado. Ni llegaría.

El destierro de los refugiados fue muy diverso. Los menos consiguieron un pasaje para América Latina. Francia fue el asiento de la gran masa de emigrados, siguiendo luego Inglaterra y África del Norte, ya en un tono menor. Aquellos que tenían aval de un deudo o un amigo podían abandonar los campos de refugiados en Francia y hallar un trabajo para mitigar su miseria. Otros muchos fueron a parar a los campos y a las gigantescas obras hidráulicas («barrages») a la sazón en marcha en el país vecino. Otros muchos fueron a alistarse a la legión extranjera o a los batallones de trabajadores.

En noviembre de 1941, bajo la mirada de la Gestapo -las tropas de Hitler ya habían tomado Francia- los hombres del Barrage formaron la Comisión organizadora del Movimiento Libertario Español en Francia, el cual agrupaba a hombres de las tres ramas (CNT, FAI, FIJL). La reorganización se extendió a la zona libre y a la ocupada, llegando con el paso del tiempo a todos los puntos del país. Poco antes del desembarco aliado en la playa de Normandía, quedó vertebrada toda la CNT en Francia. La CNT continuaba siendo, por el número de sus militantes y actividad, la organización más importante del exilio republicano. Pero tras el final de la II Guerra Mundial el sector mayoritario dio por cerrado el periodo de colaboración y gubernamentalismo, a lo que se oponían una minoría, esto terminó por generar una escisión en el exilio en dos ramas que no se reunificarían hasta 1960.

En el interior, la represión que ejerció el franquismo durante los primeros año fue sanguinaria. Entre 1939 y 1944 fueron fusiladas un total de 190.694 personas. Esto no supuso un impedimento para que ya desde 1939 la CNT comenzara a reorganizarse en el interior. Los comités Nacionales caían constantemente pero a pesar de ello la Confederación experimentó un pequeño auge quedando prácticamente vertebrada en todo España. Comenzó la agitación en la universidad, los golpes de mano de los guerrilleros de El Maquis y las luchas de la guerrilla urbana en Barcelona alentadas por el movimiento libertario en el exilio.

Sin embargo, al finalizar la guerra mundial ya había quedado claro que las potencias occidentales no iban a intervenir en España, por lo que se recrudeció la represión del régimen a partir de 1947 la CNT en el interior comenzó su declive, extinguiéndose paulatinamente.

En 1961 se creo un organismo secreto, desde el exilio, conocido como Defensa Interior (DI), con el objetivo de dinamizar la acción armada y conspirativa contra el franquismo y que tenía como blanco principal la eliminación del general Franco. DI quedó formado por cuatro conocidos militantes exiliados en Europa, dos en America y uno en Africa: por la CNT en Europa, Acrácio Ruiz y Cipriano Mera; por la FAI y representando al exilio libertario en America y Europa respectivamente, Juan Garcia Oliver y Germinal Esgleas; por la FIJL, Octavio Alberola; y representando a la CNT trascendental, ya que sería lo que permitiría reconstruir la paz social y la disciplina en el mundo del trabajo español. Algo sin duda imprescindible en un país en donde la clase obrera había adquirido una gran capacidad de autoorganización capaz de sobrepasar a comités y burocracias sindicales. Había que restablecer una situación de sometimiento, imprescindible para afrontar una crisis económica que se pensaba resolver con un ajuste duro que, por supuesto, debían pagar los trabajadores.

Por lo tanto, una parte fundamental de los Pactos de la Moncloa era como controlar al movimiento obrero y a los sindicatos al margen de CCOO y UGT, es decir a la CNT. Fue aquí por lo tanto donde se creó y preparó la colaboración de clases (concertación social), para lo que se tomó como ejemplo la socialdemocracia alemana. Así nacían los comités de empresa (sindicalismo de nuevo tipo) nefastos para la lucha no sólo en lo económico, sino también en lo organizativo y unitario como clase, ya que parcializaban las luchas empresa por empresa, cuando las luchas y las reivindicaciones eran globales. En realidad, los comités de empresa eran (y son) de naturaleza antisindical, puesto que la actividad sindical sólo consistía en depositar un voto en una urna cada cuatro años, y los trabajadores -supuestamente representados en su conjunto por el comité- no sentían la necesidad de organizarse para luchar por sus intereses.

Al poco tiempo UGT y CCOO aceptaron firmar el documento y la CNT pasó a ser el único gran sindicato que nucleaba un frente contra el pacto social en el que se agrupaba buena parte de la izquierda radical, otros sindicatos de corte asambleario y algunos movimientos sociales. Pero lo que convertía a la CNT en un peligro potencial no era su fuerza en aquel momento, sino su posible capacidad para encauzar el descontento social que inevitablemente iba a producirse.

El 15 de enero de 1978 la CNT organizó una manifestación en Barcelona contra la firma de los Pactos de la Moncloa y las elecciones sindicales. En la misma se juntaron alrededor de 10.000 trabajadores que seguían oponiéndose a ese pacto social y que era prueba evidente de la gran capacidad de convocatoria que tenia la CNT en aquellos momentos. Terminada la manifestación, tuvo lugar un ataque con cócteles Molotov contra la sala de fiestas más conocida y de más éxito de Barcelona en aquellos momentos, la sala "Scala". El resultado inmediato fue la muerte de cuatro trabajadores de la sala, tres de los cuales eran afiliados de la propia CNT. La duda y la incredulidad siguió siendo la tónica general hasta que, tan sólo cuarenta y ocho horas después, un comunicado de la policía informó de la detención de todos los presuntos autores del atentado, a quienes inmediatamente se les relacionó con la CNT. En los días posteriores fueron detenidas alrededor de 170 personas más, al mismo tiempo que se desataba una imponente campaña de descrédito contra la organización confederal por medio de los medios de comunicación y de los aparatos represivos del estado, que vieron la ocasión de amordazar y destruir la única fuerza con cierto peso social que amenazaba la amplia operación de blanqueo de la dictadura franquista y de los propios franquistas: los Pactos de la Moncloa.

El tiempo demostraría que el atentado fue producto de un montaje policial orquestado mediante confidentes infiltrados en el sindicato y la infiltración del confidente, Joaquín Gambín, quien había dirigido el atentado. Peor ya era demasiado tarde, el Caso Scala marcó el fin del crecimiento espectacular de la CNT y del movimiento libertario en general, y el inicio de su decadencia acelerada. Supuso el frenazo de una organización que crecía a ojos vista, el acentuamiento de sus divisiones y un descrédito que arrastró la organización confederal que quedó ampliamente desautorizada socialmente y prácticamente neutralizada: se consumó el gran Pacto de Estado de la Transición y de la nueva Democracia Española, sin oponentes.
 
En el Congreso de 1979 se consumó la ruptura de la CNT-AIT, desembocando en dos organizaciones: la CNT-AIT y la CNT-Congreso de Valencia. Posteriormente, una nueva escisión de la CNT en 1983, tras los congresos de Barcelona y Torrejón, se unió con la CNT-Congreso de Valencia en el denominado Congreso de Unificación de 1984. Esta organización adoptó el nombre también de CNT, siendo conocida como CNT-Renovada, en contraposición a la CNT-Histórica, nombre con el que también era conocida la CNT-AIT.



A finales de los años 1980, resolviendo una demanda interpuesta en el Tribunal Supremo por la CNT-AIT en reclamación por la titularidad de las siglas, el Tribunal Supremo declaró nulo el Congreso de Unificación de 1984. Ante este hecho, la organización surgida de dicho Congreso decidió abandonar las siglas CNT, pasando a denominarse CGT por acuerdo del Congreso celebrado en 1989. Más tarde, el Tribunal Constitucional confirmaría la sentencia recurrida, pasando a llamarse definitivamente, Confederación General del Trabajo (CGT). En Madrid de 1990 sufrió una escisión llamada Solidaridad Obrera.
 
En la actualidad CNT mantiene su independencia y su alternativa de lucha frente al estado español sin aceptar subvenciones ni liberadxs. CNT no participa de las elecciones sindicales pues los comites de empresa no funcionan debidamente en claridad, transparencia y honestidad; sin embargo promueve secciones sindicales con el fin de asamblear a la clase trabajadora para la mejora de esta y de la sociedad en su conjunto.
 
CGT no representa del todo al anarco-sindicalismo pues este no nació para ir de la mano del estado. Sus colores y simbología es parecida pero carecen de ideología propia. Otra diferencia clara de esta formación es que cobra subvenciones del estado español en proporción de lxs delegadxs elegidos en elecciones sindicales en las empresas. Participan de los comités y restan acción sindical negociando mayoritariamente desde los despachos. En su formación probablemente hay personas con un sentir anarco-sindicalista pero andan en un invento poco teórico y contrarevolucionario.