Como bien nos advierte el compañero Cospito: «Algo ha cambiado» al interior del insurreccionalismo.
Lo que se condena es precisamente el
hecho de tenerse en pie y de andar a partir de una crítica radical del
poder y de una ética intransigente de la libertad; y para colmo, de
hacerlo hasta las últimas consecuencias.
Daniel Barret (Rafael Spósito)
En fechas recientes ha cobrado nuevos
bríos un viejo y engorroso debate –pero, no por ello carente de
importancia– al interior de los círculos anarquistas de praxis que han
venido recuperando, a lo largo de los últimos cuarenta años, el aliento
insurreccional de la Anarquía. En este sentido, es innegable el
protagonismo de los blogs de contra-información anarquista [1] y,
de las nuevas publicaciones internacionales, comprometidas con la
renovación de la propuesta anárquica de signo insurreccional. Entre las
publicaciones implicadas en este debate teórico, destacan Vetriolo, Fenrir, Avis des Tempêtes y, Kalinov Most,
por mencionar algunas de las más activas en este fastuoso proceso de
reactualización de la teoría y la práctica ácrata a ambos lados del
Atlántico. En sus páginas constantemente encontraremos reflexivos
ensayos y contundentes aportaciones destinadas a reafirmar el ideal
anárquico desde la práctica, confrontando desvirtuaciones y señalando
desviaciones. La mayoría de sus textos son anónimos o de factura
colectiva; por lo general, asumidos como postura editorial y/o, firmados
con el nombre de la publicación en cuestión.
«Fuera del anonimato –como nos recuerda el compañero Cospito– solo hablan los presos (y los prófugos y los furtivos –agregaría yo) que, con orgullo, reivindican su propio recorrido»[2].
Y sí, precisamente uno de esos compañeros presos que hablan y escriben
con nombre y apellido, es Alfredo Cospito, quien, quizás por ello, ha
tenido que asumirse vórtice del actual debate intrínseco al denominado insurreccionalismo en
torno al dilema entre la reivindicación o el quehacer anónimo. El
meollo de la discusión, aparentemente se centra en el antagonismo que
plantean algunos compañeros entre la práctica de la acción anónima y la
acción reivindicada por alguna agrupación particular. Remota discusión
interna que se remonta al concepto mismo de “propaganda por el hecho”[3] y
que acrece, de nueva cuenta, en la recta final de los años 70 con la
irrupción del anarquismo insurreccional en medio del inmovilismo
contemplativo que había arraigado en nuestras tiendas en la segunda
mitad del siglo XX.
Empero, la discusión que hoy nos ocupa
–esa que ahora se libra encarecidamente en el propio corazón de la
tendencia informal anárquica– comenzó a acumular su actual perfil por
los años noventa del milenio anterior[4] y, recargó baterías en noviembre de 2011 con las múltiples reacciones que generó la Carta a la galaxia anarquista[5]; contexto que motivó la celebración de las Jornadas Informales Anárquicas (Simposio Internacional)
en la Ciudad de México, dos años más tarde, invitando a participar a
las partes divergentes y que, lamentablemente, la represión sistémica
impidió que se concretara como lo habían proyectado sus organizadores.
Sin embargo, algunos compañeros insisten
en que el “disenso” en realidad se ubica en la inferida contradicción
entre el llamado “nuevo insurreccionalismo” y, un “insurreccionalismo clásico”, “tradicional”, “puro”…[6], que se niega a asimilar los cambios que lo sitúen a la altura de la historicidad presente.
Los cambios producen miedo
En esta tesitura, habría que
puntualizar, que las modificaciones –lentas o aceleradas– que han venido
acaeciendo en el transcurso de las últimas décadas en el plano de las
configuraciones sociales, políticas y económicas y; las adecuaciones que
se han ido generando a partir de la experiencia recogida durante los
últimos veinte años, con los impulsos de la guerra anárquica en
territorios específicos, han provocado un proceso de renovación –que
alimenta dudas y produce miedo– en las mismas entrañas de la tendencia
informal anarquista.
Como bien nos advierte el compañero Cospito: «Algo ha cambiado» al interior del insurreccionalismo. No se trata de un «“subproducto”
suyo sino una especie de “evolución” que parece no detenerse frente a
condenas, aislamientos e, incomunicaciones. Un insurreccionalismo
seguramente más desordenado pero con la gran virtud de no tener fórmulas
preconcebidas, porque es absolutamente caótico.»[7]
Evidentemente, la descripción de esta
peripecia rabiosamente actual, suscita inquietudes y formula
interrogantes. En consecuencia, nos toca ahora disipar –hasta donde el
entendimiento nos permita– los temores y las dudas, generalmente
asociadas a los procesos de cambio. Merece entonces aclarar, que las
renovaciones que se han venido efectuando en el quehacer cotidiano de
los círculos del anarquismo insurreccional no representan una nueva
“desviación” al interior de nuestras tiendas ni cimentan ninguna
deformación ideologizada. Por el contrario, este desarrollo dinámico de
la insurrección ácrata en nuestros días –cada vez más alejado de
los recetarios y las conceptualizaciones ajenas–, hace que la tendencia
informal anárquica hoy reafirme sus tesis fundacionales y comience a
remitirse como modelo a escala internacional. Lo que solo puede ser
concebido como un campo de oportunidades y desafíos; por lo que no cabe
postura más razonable que señalar también, con la enjundia requerida,
aquella serie de obstáculos que han venido limitando el desarrollo del
movimiento anárquico actual y, sobre los cuales tendremos que actuar con
la determinación necesaria.
Pero, antes de continuar avanzando en los esclarecimientos pertinentes, considero que valdría la pena subrayar que, el término “insurreccionalismo”, nunca nos ha parecido ciertamente idóneo[8] a
la hora de designar ese proceso profundo de reafirmación y
reactualización teórico-práctica que auspició el regreso del
informalismo anárquico al espectro de las propuestas beligerantes a
finales de la década del setenta del siglo pasado, tras años de
ostracismo y olvido. Si bien es cierto que con la expresión se ratifica
el natural posicionamiento de la Anarquía frente al Poder, en general,
y, particularmente, ante el inmovilismo y la contaminación
socialdemócrata del período de “anarquismo en transición”[9];
también es innegable que corre el riesgo de confundirse con una nueva
mercancía disponible en el vasto mercado de las ideologías[10],
y no solo por el nefasto sufijo (“ismo”) con que concluye este vocablo,
sino por el acomodo de la noción misma de “insurrección” que, en este
caso, se limita a la estrategia invariante de la “insurrección
generalizada”, reduciéndose el infinito accionar insurreccional
anárquico a una suerte de expresión matemática que no cambia de valor
frente a determinadas transformaciones. De todos modos, pese a esa, y a
otras disonancias, igualmente importantes, no dudamos en sumarnos –por
allá de los ochenta del siglo XX– a ese potente proceso de
reactualización del anarquismo que, como siempre he señalado, reanimaba
su gestualidad transgresora y revivía su espíritu insurreccional
asegurándole el presente.
Después de un profundo balance reflexivo
de las luchas del movimiento anarquista histórico y un análisis
consciente de las mutaciones del capitalismo, un núcleo de compañeros
italianos inauguraba un conjunto de tesis y contribuciones que daba paso
a nuevos entendimientos y nuevas concepciones que ya no correspondían
con los anquilosados modelos de organización y acción que durante casi
un siglo le habían otorgado sus rasgos definitorios, concediéndole vida a
un anarquismo recontextualizado y rejuvenecido, que recuperaba su
capacidad sediciosa. Este entramado de propuestas y consideraciones
sería conocido al interior del movimiento como Tesis insurreccionales y,
popularmente quedaría bautizado como “insurreccionalismo”.
No acostumbro a echar flores de plástico
a nadie pero, definitivamente, no se nos puede ocultar que el compañero
Alfredo Bonanno, sería el más esclarecido impulsor de dichas tesis,
dedicándose a sistematizar las contribuciones de esa etapa y produciendo
incontables textos con cierta asechanza refundacional. Este ineludible
reconocimiento, lo he hecho siempre, sin por ello relegar las
importantes aportaciones teórico-prácticas de un nutrido grupo de
compañeras y compañeros, entre los que sobresalen mi querido Consta
Cavallieri, nuestra entrañable Jean Weir, Massimo Passamani, y, Guido
Mantelli (tal vez, el insurreccionalista más crítico del insurreccionalismo en
su tiempo) y, sin dejar de distinguir un fardo de debilidades y
limitaciones, presente en dicha tendencia desde su renacimiento, que
precisamente se enlista en esas “otras disonancias” que aludía con
anterioridad.
La tempestad en un vaso de agua
La oposición entre la “acción anónima” y la “acción reivindicada”, si bien se ciñe a la tempestad en un vaso de agua[11], reduciéndose a «un falso dilema», como recalca Cospito[12];
es evidente que también se ostenta como contraposición maniquea entre
la “insurrección generalizada” y la “insurrección individual”. Es decir,
se sujeta a la eterna disonancia entre los partidarios de la
“insurgencia social” –injertados en el “movimiento real” de los
excluidos con su estrategia de “luchas intermedias” (incluyentes,
aliancistas y políticas)– y, los secuaces de la guerra anárquica a
través de la “insurrección individual” (henchida de herejes, parricidas y
desfachatados incontrolables).
Lo seductor de este aparente antagonismo
es que invita a la profundización de las ideas, a la reflexión
constante a partir de la experiencia práctica y, pone en evidencia las
contradicciones a superar; es decir, nos incita a evolucionar: a no
estancarnos, a remozar.
Al respecto, es importante corroborar un intenso proceso de renovación sistemática al interior del denominado insurreccionalismo,
trazado a lo largo de un extenso camino de críticas al inmovilismo, al
trasnochado anarcosindicalismo, a la síntesis especificista, al
“anarco”-leninismo (neoplataformismo) y a las ideologías en general, que
sin duda, le ha permitido forjarse como configuración abierta que
cambia precisamente al influjo de las condiciones en las que actúa y al
compás de las transformaciones en las luchas y en las formas de pensar y
actuar, adecuándose a la historicidad concreta de la que formamos
parte. Consecuentemente, mediante la prolongación ad infinítum de
este proceso de renovación, será posible hacernos de los insumos
específicos que nos permitan imponernos a las limitaciones y, abandonar
ataduras y conceptualizaciones que hoy impiden el libre desarrollo
teórico-práctico del anarquismo contemporáneo.
Nos corresponde dar continuidad a este
proceso de apropiación de la historicidad y experimentar un nuevo empuje
con su pertinente renovación teórico-práctica. Qué mejor manera de
impulsar una teoría y una práctica remozada que introduciendo una agenda
de reflexiones y diálogos entre las compañeras y compañeros
comprometidos con la recreación de un paradigma subversivo renovado,
capaz de articular a los anarquistas informales y de proyectar la guerra
anárquica en todos los confines del planeta, enfrentando las diversas
formas de poder establecidas y por establecer. Pero, esos diálogos
–ineludibles– habremos de librarlos sin arrogancia y sin condenas
moralizadoras. A los anarquistas no nos incumbe adoctrinar ni regañar,
esto solo aplica para quienes evangelizan desde el púlpito con aires de
guías espirituales. Quienes actúan así no buscan afines
–cómplices y co-conspiradores con quienes concretar la
destrucción anárquica en los cuatro puntos cardinales– sino discípulos y
ovejas dóciles a quienes pastorear.
Lamentablemente, muchos compañeros que
no concuerdan con las nuevas contribuciones que van sumándose al proceso
de renovación de las tesis insurreccionales, no les queda más que
especular frente a la propagación del accionar caótico de una práctica
anárquica que cada vez provoca más escozor en los organismos represivos y
las instancias de poder. Sin embargo, estas especulaciones
interminables, pierden de vista una cuestión que es fundamental para
entender lo que está aconteciendo: la prevalencia del “nuevo”
ilegalismo anárquico –de esta suerte de “evolución” de la tendencia
informal anarquista–, no es consecuencia de lo que hace o deje de hacer
ni de cómo lo hace, sino de que la alternativa (esa que mediante las
“luchas intermedias” prepara las condiciones para la inasible
“insurrección generalizada”) nos causa aversión a la inmensa mayoría de
los anárquicos informales porque comienza a parecerse demasiado a aquel
inmovilismo que dábamos por liquidado.
Esa es la razón de nuestra tenaz
insistencia en la necesidad de impulsar el debate muchísimo más allá de
los métodos de actuación del informalismo anárquico –grupos de afinidad
anónimos Vs. grupos de afinidad coordinados bajo una sigla o, la
reivindicación de las acciones Vs. el accionar incognito–, centrando los
ejes de discusión en la selección de los medios para la concreción de
la proyección anárquica, lo que nos permitirá actualizar nuestra crítica
enfrentando el problema de la acción frente a las condiciones que
imponen las actuales estructuras de dominación.
A finales de los setenta del siglo
pasado, el anarquismo insurreccional tuvo el mérito indiscutible de
reactivar la praxis, sintonizándose con la realidad de las luchas de
finales del siglo XX, llamando a superar viejos diagramas de
organización y acción y, poniendo punto final al anterior período de
sobrevivencia que eclipsó al movimiento y degeneró en ideología. Así,
emprendió un esfuerzo extraordinario de re-elaboración teórico-práctica
que le permitió emplazar, en los hechos, al inmovilismo
anarcosindicalista y especificista. Si bien generó planteamientos
perspicaces apostándole a la destrucción del trabajo, a la expropiación y
al ataque permanente contra la dominación mediante la organización
informal; nunca abandonó la obsesión por una “salida insurreccional de
masas” y su arrolladora reacción en cadena hasta desembocar en el
comunismo anarquista por la vía de la Revolución Social transformadora.
No obstante, es imperioso señalar que
esta visión “determinista”, tiene una traducción automática en el plano
de la práctica política y de los métodos de acción que el insurreccionalismo setentero
iba asumiendo como su principal referencia de crítica y de
enfrentamiento, influenciado directamente por el auge de la lucha
autónoma y demás elucubraciones propias de la época y que, a estas
alturas del partido, comienzan a ostentarse como debilidades y
limitaciones de su desarrollo teórico. Por lo pronto, para poder
entender mejor aquellos posicionamientos, parece imprescindible
percatarnos que el movimiento anarquista, en repetidas ocasiones, ha
ubicado su teorización a la retaguardia del pensamiento marxiano,
ajustándose a su agenda teórica y adoptando sin mayor resquemor una
conceptualización que no es funcional y mucho menos coherente con sus
principios de destrucción en aras de la liberación total.
En ese tenor, el anarquismo
insurreccional de nuestros días amerita puntualizaciones específicas que
le brinden la oportunidad de superar todas las ambigüedades y de
sintonizarse con la realidad del siglo XXI. Nos toca soltar amarras y
levantar el pesado anclaje que nos ha mantenido varados en los setenta
del siglo pasado. Habrá que hacerse a la mar y emprender viaje hacia lo
desconocido. Nos corresponde escoger el rumbo desde la marcha. Tenemos
la libertad de equivocarnos.
El estado del tiempo
El declive del “anarquismo de inserción” y su “modelo de intervención en la realidad de las luchas” –mediante la participación orientadora de los grupos de afinidad y “la coordinación operativa de estos grupos en las luchas intermedias”–,
dio paso a la irrupción y extensión de la guerra anárquica
contemporánea, abandonando los extravíos ideológicos y, concentrándose
en el ataque permanente contra la dominación a partir del individuo y
sus afines. Como anota Cospito: «La “lucha intermedia” corre el
riesgo de empujarnos hacia atrás más que hacia adelante, haciéndonos
perder el sentido de lo que somos».[13]
Sin menoscabo de la afirmación anterior,
corresponde ahora ejecutar un repaso crítico de esos múltiples
“desvaríos” que nos han llevado a «perder el sentido de lo que somos».
Para ello, y de momento, bástenos mencionar las luchas de liberación
nacional (desde Euskal Herria a la del pueblo afro-americano en Estados
Unidos, pasando por Puerto Rico e Irlanda y la unificación del Estado
saharaui); la lucha “anti-imperialista” en Comiso; la reyerta del
neozapatismo y su decadencia electorera en México; la autodeterminación
del pueblo Mapuche; la lucha por la instauración del Estado Palestino;
la revolución en Rojava por la soberanía del Kurdistán; la independencia
de Cataluña; el fraude electoral en Venezuela con su consiguiente
gobierno paralelo; la lucha por la excarcelación de Lula da Silva en
Brasil; la trifulca para deponer a Jovenel Moïse en Haití; entre otros
tantos ejemplos de un profuso inventario de pirotecnia recuperadora.
Todas muestras fehacientes de extravíos y retrocesos ciento por ciento
ajenos a la guerra anárquica[14] que,
no solo nos han lanzado hacia atrás, consolidando un “anarquismo” de
izquierda (y de derecha) cada día más ecléctico, sino que han dejado un
saldo de compañeras y compañeros presos y asesinados[15].
Continuar varados en la repetición de
modelos fallidos e inmovilizados por discursos de margarina
–parafraseando a Alejandro de Acosta–, nos empuja hacia atrás y nos
condena a estar al servicio del Poder o, a jugar a la guerra hurgando en
nuestros ombligos. En este marco de reflexiones, tenemos que situarnos a
la altura de las necesidades actuales y esto, reclama de nosotros un
esfuerzo enorme de re-elaboración en el campo de la teoría y de la
práctica, que rompa de una vez y por siempre con este “anarquismo”
ecléctico que hoy nos imposibilita navegar hacia la Anarquía.
La propagación de la guerra anárquica «con las fuerzas reales (por “escasas” que sean) que los anarquistas tienen a disposición»[16],
pasa por esa re-elaboración teórica a partir de nuestra práctica y el
abandono definitivo de todo lo ajeno: única manera consecuente de
profundizar en los hechos la crítica a la dominación y la servidumbre
voluntaria.
La elaboración de una crítica “unitaria” –que dé continuidad a la guerra e inste a unir «permaneciendo separados»[17]–,
tal como la venimos planteando, no es otra cosa que la redefinición
actualizada de nuestros rasgos. Siendo así, nos atañe ahora integrar la
experiencia acumulada (durante más de cuarenta años de lucha) con los
cambios sustanciados en el actual conflicto cotidiano.
Reconocer la metamorfosis degenerativa
del otrora “sujeto revolucionario”, hoy diluido en esa legión imprecisa
de consumidores/ciudadanos, es el inevitable punto de partida para
afianzar una comunidad en guerra consciente, que contribuya
vigorosamente a extender el ataque contra el sistema de dominación en
nuestro siglo. Si no somos capaces de advertir el sentimiento de
participación en que se sumerge feliz la “masa”; es decir, si no
percibimos la integración acelerada de esa caterva alienada de
“oprimidos” y “excluidos”, no estamos aptos para desarrollar la guerra
anárquica en nuestros días. Por eso, apremia renovar nuestra nave
–remplazar uno que otro madero podrido por la erosión del tiempo–, y
eso, solo será posible a partir de un balance crítico.
Si no evaluamos críticamente el pasado
jamás contaremos con un inventario detallado, que nos corrobore con qué
contamos, que nos permita saber qué nos ha quedado a lo largo de nuestra
travesía en la historia. Urge conocer cuántas armas subsisten y cuáles
han caducado. Será entonces, compañeras y compañeros, que podamos
desempolvar y engrasar las que continúen siendo útiles a esta nueva
expedición.
Hoy, el estado del tiempo es favorable a
la navegación: el anarquismo ha recobrado su talante subversivo y su
vocación destructora; afirmando su configuración abierta, tan cambiante
como las condiciones de posibilidad. Concierne ahora ponernos de acuerdo
en medio de este recorrido caótico. Hay que fomentar las coincidencias,
porque éstas deben dar paso a nuevos entendimientos y nuevas
concepciones que provoquen en nosotros las ganas de extender la guerra
anárquica hasta las últimas consecuencias. Ha llegado el momento y está
en nuestras manos. No parece que tengamos mucho tiempo que perder. Es
hora de zarpar.
¡Por la potencialización de la Internacional Negra (Informal e Insurreccional)!
¡Por la Anarquía!
Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 10 de enero de 2019
Posdata (de consolación): Si superamos la depresión de haber sido condenados al “museo de las antigüedades, junto a la rueda y el hacha de bronce”
y, nos sobrepusimos de los achaques circulatorios y las afectaciones de
lumbalgia provocados por el prolongado inmovilismo, hoy que gozamos de
cabal salud, venceremos el autismo sin menor contratiempo. Por lo
pronto, debe quedarnos claro que la total recuperación depende de
nosotros mismos y que no es posible confiarla a ningún facultativo.
Posdata 2 (exorbitante): Un fuerte abrazo anárquico y apapachante que abata «condenas, aislamientos e, incomunicaciones», extensivo a mis queridos Gabriel y Elisa y, a todas las compañeras y compañeros presos y en fuga alrededor del mundo.
Texto original extraído de Kalinov Most No.4, Abril 2019.
[1] Tendríamos
que enfatizar en el desempeño de los medios electrónicos dedicados a
potenciar la discusión reflexiva entre anarquistas insurreccionales,
tales como ContraInfo, Round Robin, Anarhija.info, Anarquía.info (Instinto Salvaje), 325. ContraMadriz, La rebelión de las palabras, por nominar algunos de memoria.
[2] Cospito, Alfredo, «El autismo de los insurrectos», Revista Fenrir Número 9, 2018, p.p. 32-55.
[3] Aunque
el concepto se le imputa a Paul Brousse, por la probable autoría de un
artículo anónimo que se publicó bajo ese título ( «La propagande par le
fait» ) en el boletín del Jura de la Internacional el 5 de agosto de
1877; Bakunin había esbozado el principio siete años antes: «a
partir de este mismo momento, debemos difundir nuestros principios, no
con palabras sino con hechos, porque ésta es la forma de propaganda más
irresistible. (…) en todo instante y en cualquier circunstancia, seamos inexorablemente consistentes en la acción», Bakunin, “Letre à un français”, 1870, en Dolgoff, Sam, La Anarquía según Bakunin, Tusquets Editor, Barcelona, 1977, p. 228.
[4] Mantelli rozaba tangencialmente este debate por aquellas fechas; ver, Mantelli, Guido, «Desde el abismo»,
folleto fotocopiado, julio de 1998, p.13. Valga aclarar que el hecho de
citar la crí Mantelli no significa necesariamente que coincida con
todos sus postulados; ignoro si en la actualidad continúe a la espera
del florecimiento «de otros miles de movimientos de transformación social»
y si aún le apuesta a la Revolución Social como llave de paso a la
Anarquía o, si abrazó este impetuoso proceso renovador que reclama su
derecho a equivocarse.
[5] Vid. «Lettre a la galaxie anarchiste», disponible en: http://nosotros.incontrolados.over-blog.com/article-lettre-ouverte-a-la-galaxie-anarchiste-96947404.html
[6] A. Cospito, «El autismo de los insurrectos». op. cit.
[7] Id.
[8] Paradójicamente,
tanto propios como extraños, me han asignado siempre esta “etiqueta”,
cuando de manera invariable he hecho hincapié en la informalidad, ya que
de ahí se desprende el método organizativo y, sobre todo, los
permanentes objetivos insurreccionales de la Anarquía.
[9] Hablar de anarquismos “clásico”, “de transición” y “post-clásico”,
nos refiere a la sistematización y el análisis desarrollados por el
compañero Daniel Barret (Rafael Spósito), que nos ofrecen una idea
detallada de secuencia y periodización del desarrollo del anarquismo.
Vale señalar que por período “clásico” entendemos el proceso de
formación, despliegue y apogeo de un paradigma sedicioso que se
extiende desde sus orígenes hasta el momento culminante de la revolución
española entre 1936 y 1939. El segundo período, “de transición”,
comenzaría precisamente con la derrota del proyecto anarcosindicalista y
se caracterizó por el repliegue del anarcosindicalismo como paradigma,
la confusión de alternativas políticas, prácticas y organizativas y, un
sentimiento nostálgico generalizado respecto al proceso revolucionario
español. Por último, se abre un tercer período al que hemos denominado “post-clásico”
que, con las reservas del caso, damos inicio en el mayo francés de 1968
cerrando la etapa precedente e inaugurando nuevas posibilidades para el
anarquismo y, la exigencia de abordar una tarea aún inconclusa: la
elaboración de un nuevo paradigma sedicioso, capaz de producir las
modificaciones críticas, metodológicas y organizativas que permitan la
reaparición protagónica de la Anarquía en los procesos de subversión de
nuestro tiempo.
[10] Así
lo harían diferentes detractores de la informalidad anárquica,
destacando el insidioso panfleto de los marxistas trasnochados del Grupo
Comunista Internacionalista (CGI), firmado para la ocasión como
Proletarios Internacionalistas (Crítica de la ideología insurreccionalista) y, el texto del situacionista tardío Miguel Amorós (Anarquía profesional y desarme teórico. Una Crítica al insurreccionalismo).
[11] Esencialmente,
tras la trasformación del concepto (“reivindicación”) y el carácter
endógeno que éste adquiere al convertirse en vehículo de comunicación al
interior de «la comunidad en guerra», dejando atrás la óptica de la construcción de un “contrapoder” al Estado y, centrando la acción en «el individuo y su grupo»
[12] A. Cospito, «El autismo de los insurrectos». op. cit.
[13] Id.
[14] De
antemano, esperaría que este ejercicio intransigente de reafirmación de
principios no sea malinterpretado por los afines y se entienda como un
llamado a la no-violencia o a la contracción del accionar destructivo;
convencidos estamos que en esos cruzamientos intrincados de
beligerancias siempre encontraremos la ocasión para asestar certeros
golpes con alevosía y premeditación, contagiando y extendiendo la
insurrección individual contra toda forma de dominación
institucionalizada o por institucionalizarse; por lo que resulta
incoherente plantearnos nuestra guerra en función de sus agendas o
establecer alianzas y compromisos (por más insignificantes que estos
sean) con las hegemonías ideológicas y organizativas propuestas por cada
uno de los ejemplos mencionados, demasiado emparentados con quimeras
vanguardistas, reformismos socialdemócratas, cosmovisiones patriarcales
y, nacionalismos populistas. Para nosotros, no aplica la máxima
maquiavélica, en nuestro caso “el enemigo de mi enemigo” no siempre es
nuestro amigo. Sea o no de la complacencia de ocasionales detractores,
es indudable que esta reafirmación se cimienta en los puntos
teóricamente más sólidos del pensamiento anárquico en torno a la
Libertad y el rechazo categórico a toda forma de Poder.
[15] De
momento, alcanza con recordar al compañero Joël Fieux, asesinado en
Zompopera, Nicaragua, en julio de 1986, al compa Santiago Maldonado,
asesinado en Chubut, Argentina, el 1º de agosto de 2017 y, la compañera
Anna Campbell, asesinada en Afrin, Kurdistán, en diciembre pasado, entre
otras víctimas del porno revolucionario, usados y ultrajados hasta el
cansancio con fines totalmente opuestos a la Anarquía.
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